Experimentar estrés y violencia definitivamente tienen un efecto en el cerebro y determinan cambios en la producción de neurotransmisores y redes cerebrales, modificando por ejemplo la materia gris. Pero no sólo experimentar personalmente la violencia es causante de esas modificaciones, hoy en día conocemos qué sucede si observarnos escenas e imágenes de violencia y cómo puede afectarnos.  

Este tema ha sido objeto de varios estudios, particularmente del equipo de investigadores de la Escuela de Medicina Icahn en el Monte Sinaí y un programa de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos. Las conclusiones, publicadas en la revista Plos One, consideran que la reacción a la violencia en cada persona depende de sus circuitos cerebrales y de cómo de agresiva sea esa imagen inicialmente. 

El estudio, realizado al mando de Nelly Alia-Klein, se basó en el análisis de escáneres cerebrales de 54 voluntarios. Estos fueron divididos en dos grupos: aquellos que presentaban rasgos de comportamiento agresivo y los que no tenían tendencias violentas. 

A ambos grupos se les realizaron escáneres cerebrales mientras los participantes observaban imágenes violentas. Ello reveló que la actividad cerebral era diferente en los participantes, según los distintos niveles de agresión.  

Cuando el grupo con actitudes agresivas visualizó imágenes de acción, su actividad cerebral era inusualmente alta en una red de regiones que se activan sin hacer nada en concreto y muy baja en la corteza orbitofrontal, la zona del cerebro asociada al autocontrol y las emociones. 

Por el contrario, los sujetos no agresivos presentaron un aumento en la presión arterial conforme pasaban los días del experimento y las imágenes crecían en violencia. Así, la reacción de cada persona depende de sus circuitos cerebrales y de cómo de agresiva sea esa imagen inicialmente. 

Según los investigadores, el objetivo del estudio era analizar qué pasa en el cerebro de las personas cuando ven películas violentas. La hipótesis parte de que si la gente tiene rasgos agresivos de inicio procesarían la información violenta de una manera diferente a comparación con las personas no agresivas, una teoría apoyada por estos resultados.  

Ver imágenes violentas altera a quienes tienen antecedentes de agresividad 

Al respecto, Nelly Alia-Klein afirma que “la agresión es un rasgo que se desarrolla en conjunto con el sistema nervioso a través del tiempo a partir de la infancia. Los patrones de conducta se solidifican y el sistema nervioso se prepara para seguir los patrones de comportamiento en la edad adulta cuando se convierten cada vez más en indicadores de la personalidad”. Esto podría explicar la diferencia entre las personas agresivas y las que no lo son.  

Desde este punto de vista se puede considerar que un individuo puede ser más o menos propenso a la violencia, pero no es determinante genéticamente hablando. La interacción entre los genes y el ambiente es lo que puede llevar a esa persona a convertirse en un agresor, un criminal o un asesino. 

Por supuesto, en algunos casos, esta generalización parece no ser aplicable y se requiere de una investigación más profunda. 

Trastorno de Estrés Postraumático por atestiguar violencia 

Por otro lado, en el caso de los niños que atestiguan violencia intra familiar o violencia doméstica se han detectado signos de trastorno de estrés postraumático, tal como un soldado que ha estado en la guerra.  

De acuerdo a la psiquiatra de la Universidad de Oxford, Lynne Jones, los niños que han estado en campos de guerra y que han sido expuestos a la muerte de manera constante, pero que reciben amor en sus hogares, presentan un mejor desarrollo cerebral que quienes, aun viviendo en un entorno más tranquilo, experimentan la violencia día a día en sus casas. 

Estar expuesto constantemente a la violencia, de cualquier tipo, sí puede dañar el desarrollo cerebral de los niños en alguna medida, sin mencionar lo que esto lesionará su autoestima y sus emociones, según Jones.  

Hoy sabemos también que el coeficiente intelectual, el rendimiento académico, la capacidad de concentración, el autocontrol y la toma de decisiones pueden verse afectados en los menores sometidos a entornos violentos, sobre todo, si esto sucede en sus hogares. 

Después de un suceso traumático el cerebro se ve afectado de alguna manera y, aunque automáticamente trata de recobrar su frecuencia, recordar constantemente los acontecimientos traumáticos y padecer TPET puede hacer que los mecanismos de recuperación del cerebro frente al trauma fallen. 

Pero, recordemos que el cerebro es plástico, moldeable; está diseñado para reorganizarse a sí mismo: es lo que llamamos neuroplasticidad. Lo que permite compensar este daño y ajustar sus actividades en respuesta a nuevas situaciones o cambios en su ambiente. Para lo que la técnica de neurofeedback dinámico de NeuroDoza®  es la opción que ayuda en la asistencia terapéutica del paciente con TEPT. 

Esta técnica está diseñada para ayudar a las personas a influir en la actividad de sus ondas cerebrales y regular el funcionamiento de su cerebro para ayudar mejorar paulatinamente su condición frente al TEPT, entre otros beneficios que se pueden lograr con ello. 

NEURODOZA | CITAS

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