Las emociones desagradables como la ira, la tristeza, la depresión, la ansiedad, así como las preocupaciones, entre otras, inciden en el cerebro de forma tóxica pues llevamos al límite los recursos tanto del organismo como los emocionales.  

Experimentar este tipo de emociones de manera constante y continuada en el tiempo genera en nosotros una sensación de amenaza, lo que conocemos también como estrés crónico. La toxicidad de la preocupación excesiva es evidente, consume nuestra energía, merma el ánimo y la motivación. 

Los efectos de la ansiedad que provoca la preocupación pueden alterar nuestro proceso de pensamiento, distorsionándolo, y detonando reacciones o decisiones equívocas que pueden caer fuera de control. Finalmente, en vez de resolver el tema de la preocupación, ésta se intensifica debido a los malos resultados que esto puede atraer.  

Déficit en la memoria 

Cuando nos preocupamos, se ven afectadas algunas capacidades cognitivas, como la memoria activa; es decir la capacidad de retener en la mente la información correspondiente a las actividades que se están haciendo en el momento. Olvidar este tipo de cosas puede llevarnos a errores que, nuevamente, volverían a provocarnos preocupación.  

De tal forma, entre más presión provocamos a la mente peor responde nuestro cerebro. Agotamos los recursos y más fallos de memoria se nos dan.  

El proceso de la preocupación tóxica 

En términos generales, el cerebro está diseñado para preocuparse y luego pensar, o más claramente, se activa ante la amenaza que nos preocupa y luego prepara al organismo para la respuesta más apropiada y segura.  

Sin embargo, emocionalmente hablando, la preocupación se convierte en un problema, incluso de salud, cuando su intensidad se incrementa a partir de pensamientos distorsionados que nos generan angustia y ansiedad.  

Desde la neurociencia, sabemos que esta condición estaría originada por una hiperactividad de la amígdala cerebral, la cual es la primera en detectar la amenaza (lo que preocupa) y en activar una emoción vinculada a la posible amenaza.  

Relacionado el estímulo con la emoción se produce una descarga de algún neurotransmisor, como adrenalina o dopamina para activar el sistema nervioso. 

Después, el sistema límbico estimula la corteza cerebral para dar aviso a las estructuras superiores, con el fin de que tomen el control y se haga uso de razonamiento lógico para regular el miedo o la sensación de alarma que produce la preocupación.  

El dolor psicológico 

Normalmente, en el entorno, podemos encontrar cosas que nos preocupen y está bien, pero ser un preocupón y mantener este nivel de ansiedad debido a ello puede producir dolor psicológico. Es decir, sufrimiento, desánimo, negatividad.  

Si dejamos que nuestro cerebro viva ansioso y dominado por la preocupación dejamos que la amígdala nos controle, es decir, procesos emocionales se sobre ponen a los procesos mentales hasta formar un círculo vicioso de preocupación, miedo, angustia, otra vez preocupación… Vemos peligro donde no lo hay, todo es amenaza y genera ese temor que estimula la corteza cerebral.  

Pero cuando la sobre estimulamos con esas falsas amenazas, la corteza cerebral se protege reduciendo su actividad; así dejamos de ver las cosas con calma y equilibrio.  

Preocuparse demasiado y de forma constante por lo más mínimo de la vida cotidiana afecta al cerebro, haciendo fallar ciertos procesos cognitivos como la memoria, concentración, la toma de decisiones y la comprensión de mensajes básicos.  

Asimismo, esta condición puede provocar Trastorno de ansiedad generalizada que no sólo daña el cerebro del individuo sino puede afectar de forma definitiva la vida de las personas.  

NEURODOZA | CITAS

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