El verano está a la vuelta de la esquina y con ello llegan las altas temperaturas. Por ello, no será extraño que sientas alteraciones en tu organismo, incluyendo tu cerebro. Tanto la temperatura personal como la medioambiental influyen significativamente en el funcionamiento de nuestro sistema nervioso; los días extremadamente calurosos, como también los muy fríos, influyen a que nuestra actividad neuronal disminuya, nos hace más lentos y nos sentimos cansados demasiado pronto. 

Hay un límite de calor en el que nuestro cerebro deja de funcionar correctamente: cuando se superan los 40° C. Bajo estas temperaturas tan elevadas el organismo tiene que hacer un mayor esfuerzo para adaptase al calor.  

Respondemos más lento 

El hipotálamo tiene que trabajar en exceso para mantener una adecuada temperatura corporal. El esfuerzo que hace para ello, ralentiza el funcionamiento en otras áreas; por ejemplo, la atención disminuye. Los impulsos nerviosos tardan más en propagarse y, por tanto, nuestra capacidad de respuesta es mucho más lenta.  

Padecemos trastornos del sueño 

En noches calurosas dormimos mal y descansamos peor. El hipotálamo regula los ciclos de sueño y de vigilia, para ello se guía por estímulos externos, como la luz y la temperatura, que indican al cerebro cuando debe inducirse el sueño. 

El calor excesivo altera esta regulación normal del sueño. Nos cuesta dormirnos y nos despertamos muchas veces a lo largo de la noche –sueño fragmentado–, así que nuestro cerebro ve interrumpidas las funciones que debe realizar durante la noche y no puede completarlas.  

Debido al calor nuestro cerebro padece hiperexcitación, por lo que cuesta más conciliador el sueño con los consecuentes efectos que causa no dormir adecuadamente: irritabilidad, estrés, ansiedad, etc. 

Nos sentimos fatigados siempre 

El calor hace más lenta la propagación del impulso nervioso y la contracción de los músculos genera más calor corporal. Así que el cerebro recibe señales de fatiga que nos producen esa sensación de cansancio y falta de ganas tan característica en verano. 

A ello se suma la deshidratación propia de la temporada de calor. La pérdida de agua vía la sudoración, incrementa la somnolencia, la fatiga muscular y favorece la acumulación de toxinas en el organismo.  

 La falta de agua incide en el funcionamiento del cerebro, de manera particular en el rendimiento cognitivo, la memoria a corto plazo, la coordinación motora, el tiempo de reacción y la discriminación perceptiva. 

¿Qué podemos hacer para combatir que el calor afecte nuestro cerebro? 

  • Evitar salir en las horas de máximo calor, entre las 12 y las 17 h. 
  • No poner el aire acondicionado muy fuerte. Recuerda que al cerebro no le gustan las variaciones bruscas de temperatura. Lo ideal, a unos 24º. 
  • Hidratarse adecuadamente bebiendo al menos 2-2,5 litros de agua al día, aunque no se tenga sed. 
  • Evitar las bebidas alcohólicas y no abusar del café, ya que aumentan la pérdida de líquidos. 
  • Vestir ropa ligera, fresca, ancha y cómoda, preferiblemente de tejidos naturales. 
  • Seguir horarios de sueño regulares. 
  • Dormir siesta siempre que se pueda. 

NEURODOZA | CITAS

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