Los padres se preocupan por el desarrollo de los niños, aunque pocas veces son puntuales en temas como el neurodesarrollo, quizá porque consideren demasiado complejo conocer lo que necesita el cerebro del niño para ser más asertivos. Sin embargo, cuidar del sistema nervioso central de los infantes es una de las mejores maneras de garantizar un futuro exitoso.   

Si entendemos cómo funciona el cerebro de los niños, seremos capaces de darles las herramientas apropiadas para afrontar dificultades, gestionar sus emociones, desarrollar un espíritu crítico e incluso una actitud empática hacia los demás. Características, éstas, de una persona que sabe desenvolverse en la vida y con gran inteligencia mental y emocional.  

¿Qué necesita el cerebro del niño para ser más asertivos? 

En su libro El cerebro del niño, Daniel J. Siegel y Tina Payne, nos explican qué necesita el cerebro del niño para desarrollarse de manera óptima. Afortunadamente estas claves no son grandilocuentes, ni requieren de grandes esfuerzos.  

A través de hábitos que se practiquen cotidianamente, podemos hacer una optimización de largo plazo en las funciones cognitivas y capacidades neuronales de los niños. Por ello aquí van algunas de esas cosas que podemos hacer diariamente.  

1. Conectar hemisferio derecho y el izquierdo 

Entre los 2 y 3 años de edad el niño está adquiriendo consciencia de sí mismo y suele tener severas crisis de comportamiento, rabietas y berrinches, debido a que su hemisferio izquierdo aún no está del todo desarrollado.  

Es un cerebro inmaduro que provoca reacciones incomprensibles. A esta edad no son capaces de usar la lógica (hemisferio izquierdo) y sus emociones les dominan (hemisferio derecho). Para nosotros, un momento de crisis emocional carece de sentido y reaccionamos al berrinche con un argumento racional que el niño es incapaz de comprender. 

Por ejemplo, si el niño desea volar con los brazos extendidos y la frustración de no poderlo hacer le desquicia, nuestra respuesta suele ser una explicación racional: “volar de esa forma es imposible”.  

El niño no podrá comprender esta respuesta, y su hemisferio cerebral derecho lo llevará a una respuesta emocional. Por ello, antes de apelar a la lógica, los adultos debemos conectar con su hemisferio derecho; es decir, responder a su demanda emocional y hacerle ver que le entendemos. 

Luego de empatizar con sus emociones y brindarle un apaciguador, podemos introducir un argumento racional a su nivel. De esta forma se contribuye a que ambos hemisferios trabajen juntos y coordinados, siguiendo una estrategia de integración.  

2. Afrontar la experiencia traumática 

Ante una experiencia traumática, los adultos solemos evadir la situación y evitar hablar del tema con los niños para que no lo sigan sufriendo. Sin embargo, esto es un error.  

En la experiencia traumática, ya sea como testigo o protagonista, suceden muchas cosas que su cerebro no es capaz de comprender. De acuerdo a los estudios de Siegel y Payne resulta altamente efectivo nombrar nuestras emociones para darle salida a los sentimientos de miedo y desconcierto. Hacerlo, incluso reduce la actividad del circuito emocional del hemisferio cerebral derecho, logrando mayor serenidad luego de ello.  

Lo ideal es que el niño pueda contar una y otra vez las historias que le causan miedo o dolor, de forma que esto le ayude a controlar y comprender sus emociones. A nivel cerebral, esto hace que se refuerce una conexión entre ambos hemisferios.  

Las emociones negativas a las que no se les ha dado salida con el cerebro izquierdo pueden estar detrás de muchos traumas posteriores. 

3. No ignorar las rabietas 

Hay un aparente consenso que dicta las rabietas y berrinches se deben ignorar, y de tal forma o reforzar el comportamiento del niño. Sin embargo, hacerlo también nos lleva a ignorar una oportunidad de fortalecer el funcionamiento cerebral de los niños.  

Para afrontar esta oportunidad, entendamos que existen diferentes tipos de rabietas. Algunas iniciadas por el cerebro superior que es la zona más lógica del cerebro, otras iniciadas desde el cerebro inferior donde se encuentra la parte más instintiva (reptiliana) del cerebro. Cada una debe afrontarse de diferente manera.  

Alrededor de los tres años los niños pueden tener rabietas voluntarias, siendo plenamente consciente de lo que hacen. Los berrinches, así considerado, son voluntarios e inmediatos. En este caso, su cerebro superior (racional) está accesible y puede hacer caso a razonamientos.  

Es momento de hablar con él tranquilamente y no ceder a sus amenazas. Se le puede dar argumentos respecto a su mal comportamiento y las consecuencias. Tal vez de inicio se ponga a gritar y tu ignorarlo, entonces su cerebro superior estará registrando que un comportamiento así no es efectivo y dejará de hacerlo.  

Pero también existirán rabietas que son producto de un arrebato emocional y sin control (como cuando tienen sueño y están de mal humor). En estos casos su cerebro inferior ha tomado el control y hace imposible un acceso al cerebro racional.  

Lo apropiado será, inicialmente, responder a su necesidad emocional y, una vez tranquilos, proceder a darles un argumento racional. De esta manera el niño estará más propenso a interiorizar lo que se le explica, pues su cerebro emocional se ha apaciguado y está receptivo nuevamente.  

4. Dejarle elegir entre opciones 

Dejemos de imponer cosas a los niños, es importante que ellos vayan tomando decisiones y, aún mejor, equivocándose para, con nuestra guía, aprender. Aunque esa decisión no es fácil. 

Como hemos visto, el cerebro superior (racional) de los niños está en proceso de maduración y tarda años en acabar de formarse, lo que significa que no siempre será capaz de razonar.  

Frente a ello, los adultos podemos ayudarse que su cerebro lógico se desarrolle más rápido y potenciar su capacidad de raciocinio, haciéndoles elegir entre diferentes opciones en lugar de decidirlo todo por ellos.  

Cuando le damos a los niños la oportunidad de decidir, estamos favoreciendo la función ejecutiva. Desarrollará de esta forma una parte del cerebro superior encargada de valorar diferentes opciones y sopesar pros o contras de una alternativa. El niño ejercitará su cerebro superior y mejorará su rendimiento.  

5. Movimiento para controlar la mente 

Como en otras ocasiones hemos hablado de ello, el movimiento estimula el neurodesarrollo infantil. Los estudios han demostrado que moverse afecta la producción de neurotransmisores.  

Al alterar el estado físico a través del movimiento y/o la relajación, podemos cambiar nuestros estados emocionales. Así, estados alterados como el enfado y la frustración, que suelen llevar a los niños a una rabieta emocional, se contrarrestan si los motivamos a juegos que impliquen actividad física o ejercicios con alto rango de movimiento.  

De acuerdo con Siegel y Payne, estas claves pueden ayudarnos a enseñar a los niños a tomar decisiones más asertivas en situaciones intensas, aumentando su inteligencia emocional, pero especialmente favoreciendo las conexiones neuronales.  

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