Saber qué efecto tiene el paisaje en nuestro cerebro nos permite elegir exponernos a ciertos entornos para sentirnos de una manera determinada.  

Todo el entorno en el que vivimos tiene algún efecto en nuestro cerebro; esto es por el simple hecho que nuestros sentidos lo perciben y le envían señales. El cerebro las interpreta según su experiencia y el tipo de estímulos de los que se trate.  

Paz Interior en la Playa 

Aunque no hay los suficientes estudios que profundicen en el tema del paisaje como un factor de influencia definitiva en el cerebro, existen diversas investigaciones sobre los efectos del mar, del bosque o de los paisajes fríos, en nuestras neuronas. 

Lo que sí está claro, en general, es que los estímulos que ofrece la naturaleza benefician la salud, incluso si se trata de paisajes virtuales. 

De acuerdo con los estudios del neurocientífico Simon Eickhoff, del Centro de Investigación de Jülich, quien indagó los efectos de imágenes de una playa versus una avenida congestionada, se puede saber que el primer escenario es mucho más propicio para introspección que el segundo. Y quizá ello tú lo hayas experimentado en la vida cotidiana, sin necesidad de un científico.  

Por supuesto nos relaja mucho más la playa que la ciudad; lo interesante del estudio es que gracias a una observación mediante resonancia magnética funcional se identificaron las áreas cerebrales que se activan y promueven la paz mental que la playa nos brinda.  

En el estudio se observó un aumento notable de la actividad de la corteza cerebral auditiva a (centro auditivo del cerebro), la corteza prefrontal medial y la cingulada posterior (estas dos últimas estructuras se activan, entre otras situaciones, cuando la persona dirige con la mente la mirada a su interior y se concentra en sí misma). Esta activación cerebral hizo que los participantes del estudio consiguieran el estado de introspección.  

El oleaje del mar 

Aunque muchos hemos experimentado la tranquilidad que nos provee el oleaje del mar, los neurocientíficos demuestran que no es solo una percepción subjetiva, sino que realmente se producen cambios en nuestro cerebro. 

Según el estudio de la investigadora Lora Fleming —de la Universidad de Exeter, en Inglaterra—, el sonido de las olas del mar activa la corteza prefrontal del cerebro, un área asociada a las emociones, haciendo que la capacidad de bienestar y autoconocimiento se amplíe. 

Asimismo, contemplar el oleaje tiene el poder de regular los niveles de serotonina, sustancia química producida por el organismo responsable de la mejora del estado de ánimo y de la reducción de la ansiedad.  

Se constató también que el cortisol, la hormona del estrés, reduce sus niveles en el organismo con el ruido de las olas del mar, que tiene patrones de volumen y frecuencia armónicos y relajantes.  

El sonido generado por el mar puede remitirnos a los ruidos que oímos cuando estábamos en el vientre materno, lo que genera un gran impacto emocional inconsciente en lo que se refiere a la protección y la seguridad. 

El bosque y la vegetación 

El contacto con la naturaleza aumenta el bienestar y la capacidad de concentración. Además, cuanto más verde es el entorno en que viven las personas, menos trastornos mentales como la ansiedad y la depresión padecen. 

En Japón, internarse en los bosques es una práctica llamada shinrin-yoku, o ‘baño de bosque’, y en esa cultura los beneficios de un ambiente verde tienen reconocidos beneficios para la salud física y mental. 

Se trata no sólo de ir al bosque a pasear o hacer un picnic, sino de ir a experimentar el bosque con todos los sentidos, con plena consciencia. 

Al respecto, existen indicios para afirmar que sumergirse, durante al menos veinte minutos, en el paisaje de los bosques ayuda a la relajación y a la recuperación del estrés, reduciendo la presión sanguínea, aumentando la amplitud de las ondas cerebrales de tipo alfa y reduciendo la tensión muscular. 

Un estudio japonés concluyó que “los ambientes de los bosques promueven bajas concentraciones de cortisol (hormona tóxica del estrés), bajo ritmo cardíaco, menor presión sanguínea, una mejor actividad del sistema nervioso parasimpático y una actividad del sistema nervioso simpático más moderada que en ambientes urbanos”. 

El sistema nervioso parasimpático controla el descanso físico y el sistema digestivo, mientras el sistema nervioso simpático se encarga de la reacción de lucha o huida (estrés). 

Por otra parte, en un trabajo del Dr. Kaplan de la Universidad de Michigan, se observó que caminar por el bosque durante 50 minutos mejoraba las habilidades ejecutivas y la capacidad atencional. Se considera que son los elementos visuales de la naturaleza (los atardeceres, las flores, las mariposas, los riachuelos…) los que nos permiten relajarnos de la irritación nerviosa que provoca la ciudad. 

Paisajes fríos 

Al parecer, el cerebro es mejor estimulado por el frío. Un estudio realizado por la Universidad de Standford y las universidades israelíes de Bar-Illa y Ben-Gurion reveló que las imágenes de paisajes o ambientes fríos pueden mejorar las habilidades cognitivas; lo que indicaría que el cerebro funciona mejor expuesto al frío moderado. Los paisajes de clima frío mejoran la atención, generando un mayor control cognitivo. 

Por otra parte, al cerebro le gusta dormir fresco. De acuerdo con un estudio de  Natale Dautovich para la Fundación Nacional del Sueño (EEUU), la temperatura ideal para dormir es de 16 a 20 grados Celsius, pues cuando la temperatura del cuerpo se enfría, el cerebro se prepara para dormir. 

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