Lo que pasa en nuestro cerebro cuando envejecemos es complejo y gradual. Por supuesto varía de persona a persona, pero hay signos distintivos que nos pueden ayudar a conocer mejor este proceso y cómo evitar su aceleración.
A lo largo de los años, el cerebro transita por diferentes modificaciones en su estructura, desde la gestación del bebé hasta la edad avanzada, a cada momento generamos nuevas células cerebrales con las que habrá de tramarse nuevas conexiones neuronales con diversas funcionalidades, no sólo en el cerebro sino de todo el sistema nervioso que rige al cuerpo. No obstante, con el paso de los años el envejecimiento comienza a producir un deterioro tal que afecta a las diversas funciones cerebrales poco a poco.
De acuerdo a diversos autores como Ardila y Roselli (2007) y Portellano (2005, por ejemplo, se considera que el envejecimiento es un conjunto de cambios a nivel anatómico y fisiológico de carácter progresivo e irreversible, no relacionados con enfermedad alguna, sino a los efectos naturales del paso del tiempo en nuestro organismo. Estos cambios están relacionados con la genética y el ambiente con el cual interactuamos.
Envejecimiento normal del cerebro
Los cambios vinculados con el envejecimiento de nuestro cerebro se dan en dos grupos: uno tiene que ver con la estructura propia del cerebro (macroscópicos), como la disminución del peso de la masa encefálica; y, el segundo, está en los cambios moleculares o microscópicos que tienen que ver, por ejemplo, con la bioquímica cerebral. Unos y otros, tienen que ver con el declive cognitivo que se va presentando con la edad.
El cerebro humano disminuye progresivamente su masa en relación al envejecimiento, a una tasa de aproximadamente un 5% cada diez años, comenzando a los 40 años de vida. Asimismo, se da un adelgazamiento de la superficie externa del cerebro, debido a la disminución de las conexiones sinápticas. Entre menos conexiones se establezcan más lento es el procesamiento cognitivo.
Se suma a ello que la mielina puede contraerse con la edad, lo que también da como resultado el procesamiento lento en las funciones cognitivas. La mielina es una sustancia que envuelve y protege los axones de ciertas células nerviosas y cuya función principal es la de aumentar la velocidad de transmisión del impulso nervioso.
A nivel microscópico, las investigaciones al respecto han considerado que, con la edad, el cerebro genera menos mensajeros químicos, disminuyendo la actividad de la acetilcolina, la serotonina y la norepinefrina; lo que desempeña un papel significativo en la disminución de la cognición y la memoria, y el aumento de la depresión.
Observamos que, con el paso de los años, el cerebro va perdiendo velocidad en el procesamiento de la información, mermando la capacidad cognitiva y aletargando la respuesta a diversos estímulos. Los cambios más evidentes y de mayor nivel de estudio incluyen:
Olvidos de la memoria
Uno de los cambios que más reconocemos al envejecer es la disminución de la memoria; y es que se da una mayor dificultad para aprender nuestro cerebro toma más tiempo en procesar la información. No obstante, el deterioro de la memoria no es el único signo de envejecimiento, por supuesto: debido a que nuestro cerebro procesa más lento, se dificulta el poder realizar varias tareas al mismo tiempo.
La memoria, sin embargo, no es un proceso unitario, sino un sistema que reúne varios componentes: memoria sensorial, memoria reciente, memoria de trabajo u operativa, y la memoria a largo plazo (en episodios) componen estos procesos de la memoria que se ven afectados de formas diferentes con la edad.
Aunque consideremos que esta merma en la memoria debido al envejecimiento, si bien comienza a partir de los 50 años de edad, en promedio, puede retrasarte mejorando el estilo de vida con una buena alimentación, rica en omega-3 y antioxidantes, baja en azúcares, además de ejercicio físico regular.
De la misma forma como podemos mantener el cuerpo en mejores condiciones, podemos entrenar el cerebro a través de técnicas como el neurofeedback dinámico, que permite optimizar el cerebro de una forma segura y sin efectos secundarios, y de esta manera reducir oportunamente los estragos del envejecimiento.
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