¿Alguna vez te has preguntado cómo afecta el castigo en el neurodesarrollo infantil? Un tema de relevancia porque las secuelas de una crianza basada en castigo pueden ser significativas para las funciones cognitivas.
En la actualidad todavía podemos encontrar el uso de modelos educativos violentos, basados en el castigo corporal. Un jalón de orejas, un empujón, una bofetada, siguen siendo medidas de sanción durante los procesos educativos, tanto en el interior de la familia como en el ámbito escolar.
De acuerdo con datos de la UNESCO, cerca de 300 millones de niños de 2 a 4 años en todo el mundo (3 de cada 4) son habitualmente víctimas de algún tipo de disciplina violenta por parte de sus cuidadores.
Peor aún, esta violencia está justificada por más de 1 de cada 4 adultos que tienen niños a su cuidado y afirman que el castigo físico es necesario para educarlos adecuadamente. Una situación que no parece distinguir entre niños de países desarrollados o zonas menos favorecidas.
En Canadá, por ejemplo, el maltrato infantil es un problema grave y todo parte de la legislación. El artículo 43 del Código Penal de Canadá establece que:
«Cada maestro, padre o madre, o cualquier persona en el lugar de los padres puede recurrir al uso de la fuerza para corregir a un alumno o a un niño bajo su cuidado si la fuerza no supera lo razonable bajo las circunstancias.»
El castigo como medida disciplinaria en la infancia
Así, a pesar de las buenas intenciones al educar a sus niños, padres y madres utilizan métodos disciplinarios basados en el uso de la fuerza física o la intimidación verbal. En muchos casos basados en el modelo de disciplina que vivieron de niños.
Las formas más frecuentes de violencia en la crianza son el maltrato psicológico o físico, con nefastas consecuencias para el neurodesarrollo infantil.
Pero la escuela también es un escenario en el que los niños sufren estas agresiones. Todavía hay 732 millones de niños en edad escolar viviendo en países donde el castigo físico en la escuela no está completamente prohibido.
El castigo físico o corporal, se refiere a cualquier castigo que incluya el uso de la fuerza física con la intención de causar cierto grado de dolor o malestar, por leve que sea; por ejemplo, pegar a los niños, ya sea con la mano o con algún objeto.
No obstante su frecuencia, sabemos que esta clase de castigo es ineficaz para lograr algún tipo de aprendizaje; por el contrario, encontramos estudios que señalan los daños cognitivos que pueden causar en el individuo.
La UNESCO reitera que la violencia física o psicológica no enseña a portarse bien, sino a evitar el castigo. Con estos métodos los niños solo aprenden qué es lo que tienen que hacer para no enojar al castigador, pero no maduran emocionalmente.
¿Cómo afecta el castigo en el neurodesarrollo infantil?
De acuerdo a un estudio realizado en la Universidad de New Hampshire, Estados Unidos, los niños que sufren alguna clase de castigo corporal durante el proceso de crianza pueden tener un coeficiente intelectual de entre tres y cinco puntos más bajo que aquellos que no reciben castigos físicos.
La frecuencia en el uso de estos castigos determina también el daño causado en el coeficiente intelectual infantil. En cuanto más daño físico se cometa más tarda el desarrollo de sus habilidades cognitivas. De hecho, estos investigadores afirman que incluso el castigo físico “leve”, aplicado con frecuencia, puede afectar el cociente intelectual.
Asimismo, el Informe mundial sobre la violencia contra los niños y niñas, publicado por Paulo Sérgio Pinheiro (2006) indica que “la exposición a situaciones de violencia puede alterar el desarrollo fisiológico del cerebro y repercutir en el crecimiento físico, cognitivo, emocional y social del niño”.
Además, “los niños que crecen con personas adultas autoritarias, que emplean métodos disciplinarios violentos de forma regular, tiendan a mostrar menor autoestima y peores resultados académicos, son más hostiles y agresivos, menos independientes y más proclives al abuso de sustancias peligrosas durante la adolescencia”.
Estrés frente al castigo en la crianza
Los daños en el coeficiente intelectual de los niños expuestos a castigos físicos se pueden deber a los niveles de estrés que ello les provoca. A largo plazo, el estrés causado por el castigo sistemático puede llegar a ser crónico y causar los daños que anteriormente aquí ya hemos hablado.
Esta prolongación de la respuesta al estrés se considera tóxica y puede sobresaturar el cebro de los niños e interrumpir el desarrollo de su arquitectura, particularmente durante el desarrollo temprano. El estrés tóxico puede debilitar la estructura del cerebro en desarrollo, con consecuencias a largo plazo para el aprendizaje, el comportamiento, la salud física y mental.
Ante la presencia de un estrés crónico se producen cambios en la bioquímica cerebral, con aumento en los niveles de cortisol y adrenalina, dos hormonas cuya acción provoca muerte neuronal, si se mantiene a lo largo del tiempo.
La consecuencia a largo plazo resulta en la afectación del pensamiento, la atención, la memoria y la capacidad de concentración. Ello explica que el procesamiento cognitivo de los niños maltratados sea más lento y su capacidad de análisis menor, respecto a aquellos que no lo son.
Neurofeedback dinámico en el aprendizaje
Debemos concientizar a padres, cuidadores y maestros que más allá de las lesiones físicas que el niño pueda recibir frente al castigo, está de por medio su desarrollo neuronal. Y siempre será un buen momento para detenerse y echar atrás estos efectos.
Gracias a la plasticidad cerebral infantil puede responder a prácticas que le permitan restablecer sus redes neuronales y promover el correcto desarrollo de sus funciones cognitivas, además de sentirse más confiado, con mejor autoestima y seguro en el seno familiar y social.
Una gran herramienta para ello es el uso de métodos como el neurofeeback dinámico de NeuOptimal® que promueve este bienestar al ayudar a regular las situaciones de estrés, mejoría en los ciclos de sueño, mejor atención, mayor rendimiento escolar, mejora la capacidad de aprendizaje. Ayudar a alcanzar un ánimo más confortado, más calma, mayor enfoque.
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