Estas cinco noticias sobre el cerebro que derriban mitos nos ayudarán a conocer más nuestro sistema nervioso para potencializar sus capacidades y cuidar más de él.
Siendo el órgano, quizá, más importante de todos, el cerebro es aún un gran misterio. Las neurociencias cada vez más tratan de revelar sus misterios y derribar los mitos. Su funcionamiento, su deterioro, los efectos de nuestro estilo de vida y del entorno en el sistema nervioso central son los principales temas que intrigan a los científicos.
1. El cerebro produce neuronas más allá de los 80 años
En marzo de 2019 los periódicos publicaron la investigación de la bióloga María Llorens, quien recopiló finísimas láminas de cerebro de 58 personas fallecidas. Algunas de estas personas sufrieron, en vida, enfermedades neurodegenerativas como Alzhéimer, en tanto que otras no habían padecido ningún tipo de enfermedad que afectara al cerebro.
Gracias a la investigación de Llorens en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa se ha confirmado que los humanos generamos neuronas nuevas a lo largo de toda la vida. Desechando el mito de que el cerebro produce un limitado número de células.
Personas de hasta 90 años producen decenas de miles de células nerviosas nuevas que son esenciales para la memoria y el aprendizaje. Aunque el trabajo detectó una ralentización de la producción de nuevas neuronas según avanza la edad, por lo que las personas más jóvenes tienden a tener más que las más mayores.
La respuesta tiene importantes implicaciones tanto para el funcionamiento básico de la mente como para abordar sus enfermedades, especialmente las degenerativas como el párkinson o el alzhéimer.
El estudio de Llorens no es el único, aunque las muestras de las investigaciones realizadas son pequeñas para tener conclusiones definitivas. No obstante, el tema seguirá siendo analizado hasta obtener mayores datos.
2. Dormir es fundamental para el cerebro
La importancia del sueño para el cerebro es algo que ya hemos tratado previamente, pero este octubre la revista Science publicó dos investigaciones que han tratado de dar respuesta a la pregunta: ¿Por qué necesitamos dormir?
Conclusiones generales nos dicen que falta de sueño paraliza la fosforilación que permite llevar la energía de donde está a donde se necesita. Los ratones que no duermen pierden el 98% de toda esta capacidad, un apagón cerebral.
Charo Robles, investigadora de la Universidad de Múnich, Alemania, realizó un estudio en ratones, con los que simuló el ritmo de vida que llevamos hoy en día los humanos, mismo que altera nuestras horas de sueño y calidad del descanso. Su investigación explica qué pasa con el área cerebral de la memoria cuando no se duerme lo suficiente.
Analizó la transcripción de proteínas y la fosforilación —el proceso bioquímico que transporta la energía allí donde se necesita— en el cerebro durante ciclos de 24 horas. Un grupo de animales durmieron todas sus horas —unas 12 al día—, y a otros se les privó del sueño en diferentes momentos de día o la noche—cuatro horas en total—.
Los investigadores analizaron neuronas individuales y secuenciaron las moléculas producidas en cada momento del día en la parte frontal del cerebro que incluye la corteza cerebral y el hipocampo, epicentros del aprendizaje y la memoria.
Falta de sueño podría inhibir la producción de energía para comenzar el día
Los resultados develaron que el cerebro sigue ritmos de actividad y descanso muy marcados en los que destacan dos momentos álgidos: el amanecer y el anochecer, que coinciden con el inicio del sueño y de la vigilia en los ratones, respectivamente, porque los ratones son animales nocturnos. El trabajo también demuestra que esos ciclos se desbaratan totalmente si faltan horas de sueño.
Una de las moléculas estudiadas es el ARN mensajero, encargado de viajar allí donde es necesario para iniciar el proceso de producir proteínas; por ejemplo, neurotransmisores que permiten intensificar la actividad cerebral o bien la deprimen cuando lo necesario es que el cerebro descanse.
“Lo que vimos es que el cerebro parece anticiparse a la actividad que tendrá al día siguiente y envía las moléculas de ARN mensajero a las sinapsis, las conexiones entre neuronas, que son las encargadas del pensamiento, la memoria y otras funciones cognitivas. Una vez allí los ARN inician el proceso de producción de proteínas con esos picos de actividad concentrados al amanecer y al anochecer”, detalla la investigadora Robles.
Los ratones que no duermen suficiente tienen todos los ARN en su sitio, pero por razones desconocidas las moléculas no inician la producción de proteínas, necesarias para generar consciencia y pensamiento durante el día o relajar las neuronas durante el sueño.
3. El corazón tiene sus propias neuronas
Se ha demostrado que el corazón siente, piensa y decide. Estudios recientes publicados también en este octubre, confirman que el corazón tiene su propio cerebro. En él se concentran cerca de 40 mil neuronas sensoriales y una red de neurotransmisores con funciones muy concretas, que se comunican con el cerebro.
De acuerdo al estudio, entre el cerebro y el corazón existe una comunicación que trasciende lo físico y nos lleva a hablar de intuición.
Pero, que el corazón “piense” no significa que lo haga de igual manera que el cerebro. De hecho, ambas inteligencias se complementan. Mientras el cerebro ordena, clasifica y hace una labor más estructurada, el corazón sintetiza y trabaja con la intuición.
4. Quien camina lento tiene más envejecido el cerebro
Las personas que, a los 45 años, caminan más despacio pueden tener su cerebro más envejecido y además lucir más viejos, según un estudio de la estadounidense Universidad de Duke.
Line Rasmussen investigadora del caso, señaló que las pruebas de tomografía cerebral computarizada (MRI) —empleadas para analizar a unas mil personas—, mostraron que quienes caminan más lentamente tienden a tener un volumen cerebral menor.
Esto significa una corteza cerebral más delgada, menos superficie de cerebro y una mayor incidencia de pequeñas lesiones asociadas con enfermedades de los vasos cerebrales en la materia blanca, el tejido que afecta activamente la forma cómo aprende y funciona el cerebro.
Los cerebros parecen algo más viejos. Los caminantes más lentos lucían más avejentados para un panel de ocho evaluadores que analizaron la “edad facial” en fotografías de cada participante.
Aunque algunas de las diferencias en salud y habilidades de conocimiento pueden estar ligadas a decisiones de estilo de vida, el estudio también sugiere que hay signos “en edades tempranas que pueden identificar aquellos que caminarán más lento” en su etapa adulta.
5. El cerebro infantil es más plástico de lo que se pensaba
En la infancia, el desarrollo del cerebro tiene mayor plasticidad que el del adulto, eso ya lo sabíamos; sin embargo, recientemente se ha publicado un estudio en que se destaca que esta plasticidad es aún mayor de lo que se pensaba.
De acuerdo a la publicación en Nature Communications, el estudio liderado por científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en el cerebro infantil existen mecanismos capaces de generar circuitos cerebrales alternativos con mayor funcionalidad ante situaciones adversas.
En las primeras etapas de la vida, el cerebro favorece aquellos circuitos con una mayor funcionalidad ante situaciones adversas o la carencia de estímulos, como la expansión de los sentidos del oído y del tacto en los ciegos de nacimiento, según señala el reporte del estudio.
Los dos hemisferios cerebrales procesan información diferente y la conexión que existe entre ambos es fundamental para la realización de las funciones más complejas, para lo que están conectados mediante el cuerpo calloso, “una autovía de intercambio de información” que se desarrolla en la infancia y la adolescencia.
Hasta ahora se pensaba que las neuronas callosas eran las únicas capaces de cruzar al hemisferio opuesto, mientras que el resto no podían explorar fuera del hemisferio del que residen, según la investigadora del CSIC Marta Nieto.