Cómo evitar la procrastinación es una pregunta constante y que se fundamenta en conocer el origen neuronal de nuestra demora en las tareas cotidianas.
Dejar todo para después, una actitud a la que muchos nos apegamos, retrasamos las tareas lo más que podemos al grado de meternos en conflictos profesionales o académicos. Incluso lo hacemos cuando se trata de asumir el cuidado de la salud: vamos al médico ya cuando no hay más remedio.
Esta constante postergación de deberes y tareas es la procrastinación, pero no todo es culpa de nuestro deseo de evadir la realidad o de nuestra flojera, gran parte de que lo hagamos se lo debemos al cerebro.
Según una investigación publicada en la revista Psychological Sciencehay la gente que pierde más el tiempo que otra puede ser por la forma en la que funcionan las conexiones cerebrales.
¿Es el cerebro un gran procrastinador?
De acuerdo con el estudio, se considera que son fundamentalmente dos áreas del cerebro las que determinan si es más probable que uno se ponga directamente a realizar una tarea o, por el contrario, decida dejarla para más tarde.
Pero no sólo eso, la investigación también sacó en claro que la procrastinación está relacionada con nuestro (mal) manejo de las emociones, no es sólo una mala actitud.
La procrastinación nace en la amígdala cerebral
Este último dato puede hacer responsable a la amígdala cerebral de nuestra procrastinación. Esta estructura en el lóbulo temporal, se encarga de la gestión de nuestras emociones y controla nuestra motivación.
Los investigadores descubrieron que las personas que más procrastinan o demoran las tareas tienen una amígdala más grande. También observaron que, en estas personas, las conexiones entre la amígdala y una parte del cerebro llamada córtex del cíngulo anterior (CCA) eran más pobres y deficientes.
El CCA utiliza la información procesada por la amígdala y decide qué acción tomará el resto del cuerpo. Esta comunicación permite que una persona se mantenga centrada en sus tareas y bloquee ciertas emociones que le interrumpen, así como las distracciones posibles.
“Las personas con una amígdala más grande pueden sentir más ansiedad por las implicaciones negativas ligadas a realizar una determinada tarea. Suelen dudar y posponer labores con más frecuencia”, asegura Erhan Genç, uno de los autores del estudio, y académico de la Universidad Ruhr de Bochum (Alemania).
Suponemos así que las personas que procrastinan tienen mayores dificultades para gestionar emociones y evitar distracciones, lo que interfiere en la realización de una actividad específica sobre la que deben concentrarse. La comunicación entre la amígdala y su CCA no son tan eficientes como en las personas más productivas.
¿Cómo evitar la procrastinación?
Aunque las neurociencias nos revelen que la amígdala puede ser la causante de la procrastinación, no quiere decir que sea una condición definitiva. Todos podemos cambiarlo y evitar la procrastinación con estrategias como las siguientes:
- Enlista tus tareas y deberes, jerarquízalas y comienza por las que son prioritarias.
- Empieza, no lo pienses ni lo programes. Si tienes que hacer algo, hazlo ya.
- Utiliza técnicas de gestión del tiempo y productividad.
- Evita las distracciones (correo, televisión o pantallas, teléfono, redes sociales).
- Descansa. Es importante que el cerebro tenga descansos. Generalmente puedes aplicar el método pomodoro: por cada 30 minutos de trabajo, descansa 5 minutos.
- Establece tiempos límites para cumplir tus tareas. Desarrolla horarios y fechas límite.
- Crea un sistema de metas y recompensas que te motiven.
- Evalúate. Realiza un balance de tus actividades diarias, cómo te sentiste y qué puedes hacer para mejorar tu productividad dejando de procrastinar.
- Adquiere herramientas que te ayuden a mejorar tu atención y concentración.
- Practica mindfulness.
- Por supuesto, entrena tu cerebro para ser más productivo, tener mayor atención y enfoque, hazlo con neurofeedback dinámico.
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